Gabriela Carel

Asomadita en el cerro,
santuario azul de una Virgen
redonda brilla la luna
como un anillo de níquel.
Va iluminando la senda
de aquellas gaviotas grises
que zarpan cada mañana,
botes y redes en ristres
a recoger esperanzas
de amaneceres felices.

La luna viene alumbrando
con brújulas y candiles,
acariciando los rostros
curtidos y varoniles.
Velando por el regreso
de aquellos hombres gentiles,
que combaten las tormentas,
el frío y los arrecifes,
para que rían los ojos
ansiosos de un niño triste.

La Virgen mira la luna,
cien pececillos le piden,
y jugando en sus mareas,
el mar inquieto reciben,
cien coronitas de plata,
cien diamantes que lo visten,
para entregar sus ofrendas
a aquellos hombres gentiles,
que en una vieja barcaza
mar adentro se dirigen.

La luna mira el regreso
sorteados los arrecifes,
de aquellos rostros curtidos
que de altamar se dirigen.
Una barcaza tras otra
como en un sacro desfile
hasta la rada segura
a dar gracias a la Virgen
por ofrecer esperanzas
y amaneceres felices.

La Virgen mira la luna,
cien pececillos le piden,
y jugando en sus mareas,
el mar inquieto reciben,
cien coronitas de plata,
cien diamantes que lo visten,
para entregar sus ofrendas
a aquellos hombres gentiles,
que en una vieja barcaza
mar adentro se dirigen.