Artista

Los Fabulosos Cadillacs

SOLO Y JUAN... EN VIVO

Los Fabulosos Cadillacs presentaron ante más de 9 mil personas en el Luna Park su nuevo álbum.



El show del 28 de mayo en el Luna Park fue el punto de partida para la gira mundial que abarcará Latinoamérica, Norteamérica y Europa.
Más de 9 mil personas corearon los nuevos temas de LFC y los hits que ya son clásicos en sus conciertos, como “Saco Azul”, “Carmela”, “Mal Bicho”, “Matador”, “Calaveras”, “Vos Sabés” y “Vasos Vacíos”. Vicentico apareció en el escenario con un tapado oscuro. Debajo, una camisa a cuadros arremangada, descubriendo en su brazo izquierdo una inscripción en tinta negra: “Te quiero, buena suerte...”.



“La Salvación de Solo y Juan” es un álbum conceptual en todo sentido. Vicentico y Señor Flavio compusieron las 14 canciones que recorren la vida de los hermanos Clementi, contada además en un cuento de 13 capítulos incluido en el booklet del álbum (sus primeros 3 capítulos pueden leerse al pie de esta publicación).
Quien haya seguido a la big band desde siempre no puede negar que sus músicos logran reinventarse cada vez. Además, son parte de la banda los herederos Florián Fernández Capello en guitarras y Astor Cianciarulo en bajo y batería.

Para destacar: las canciones son de una exquisitez musical excepcional. El concepto que mantiene la lírica y el modo tan particular de decir, no sólo a través de la voz de Vicentico sino desde las palabras mismas; cada cosa está dicha en el momento justo. Al que escuche esta obra, se le pondrá la piel de gallina.

LA CONFERENCIA DE PRENSA

EL SHOW

Muchos colegas músicos quisieron ser parte de la fiesta, entre ellos Walas de Massacre.



PADRES E HIJOS













OTRAS FOTOS DEL CONCIERTO















CUENTO: "LA SALVACIÓN DE SOLO Y JUAN"

1. EL FARO ARTIGLIO

Pocos se acuerdan hoy del Faro Artiglio que, más allá de los médanos, yace abandonado en un filo crudo de los Acantilados de la Bestia; pero en aquella torre, no hace mucho, se criaron los hermanos Juan y Solo Clementi.
Huérfanos de madre desde nenes, los chicos crecieron con su padre, don Averno Clementi, guardafaros de oficio y responsable de balizas. De temperamento parco, el viejo se curtió de pibe con los fareros daneses de la vieja escuela, hasta que el Servicio de Hidrografía Naval, luego de 25 años, le encomendó el Faro Artiglio y sus finas lentes de Fresnel.
Sus tiempos de aprendiz habían quedado muy atrás cuando sus hijos nacieron, pero don Averno Clementi, más que viejo, era un hombre sombrío de ojos anulados y rostro marchito de sal, lo que le otorgaba un semblante que resultaba pavoroso. Encerrado en sí mismo, lleno de secretos, aquel hombre educó a los dos niños casi sin hablarles; en su lugar, les enseñó a entender sus gestos y sus señas.

2. EL REY DEL SWING

Su padre nos les hablaba mucho, pero los hermanos Clementi aprendieron a temerle al invierno: junio parecía despertar algo muy sombrío en el viejo, quien día tras día subía a lo más alto del Faro Artiglio y esperaba a que los nubarrones oscuros se amontonaran en el horizonte. Así, cuando el oleaje de los acantilados de la Bestia se volvía violento, los chicos sabían que su padre bajaría del faro y les contaría la historia.
-“El Rey del Swing”, me llamaban -afirmaría el viejo, desempolvando antiguas fotografías y relatando historias de grandes bandas, mientras su sonrisa se iba desencajando.
El final de esos episodios sucedía cuando la tormenta tocaba tierra; entonces don Averno Clementi abandonaba a los chicos y subía hasta el balcón del Faro Artiglio a retar el temporal con sus mejores pasos de swing.
Muchas veces, mientras crecían, los hermanos Clementi comentaron a solas lo aterrador que resultaba mirar cómo su padre pasaba de la austeridad más opaca a una excitación brutal, trágica.
Aquel año la sudestada llegó a mediados de julio y, como lo temían, el rito de las fotos, de anécdotas empapadas de euforia, sucedió. Pero los hermanos dejaban de ser niños y el viejo pareció notar cierto escepticismo en su mirada; entonces, para probarlo, hizo que lo siguieran cada tramo hasta la punta del faro.
Los niveles de la torre se sucedieron uno a uno y cuando alcanzaron la vidriera los hermanos Clementi reventaban de terror. Sin embargo, aquello no fue suficiente: su padre, por la fuerza, subió con los chicos a la cúpula misma del Faro Artiglio, del lado que daba al ancho mar, con los Acantilados de la Bestia a sus pies.
Bajo la tempestad, en oscuridad absoluta -tan sólo con el destello del faro- Juan miró a su padre sostenido del pararrayos apenas de una mano, tomándolo a él con la otra y a Solo hincado a su lado, aferrado de sus piernas. Nunca olvidaría cómo logró soltarse de su padre ni que, siendo apenas un año mayor que su hermano, logró cargar a Solo en sus brazos para huir escaleras abajo.
-¡Regresen, malparidos! -gritaba don Averno Clementi- ¡Estoy bailando”!
El rostro de Solo, más de bebé que de pibe, temblando de terror en aquella cornisa fantasmal, quedó tatuado en la memoria de Juan para siempre, detonando algo muy extraño en su percepción.
Su padre jamás se lo perdonó: don Averno Clementi y su hijo Juan no se hablaron más ni siquiera con señas.

3. EL PROFESOR GALÍNDEZ

Cuando tuvieron edad de ir a la escuela, los hermanos Clementi imaginaron que la convivencia con otros pibes aliviaría un poco su vida áspera en el Faro Artiglio, pero allí fueron recibidos por el severo profesor Galíndez.
-Señores alumnos: la clase va a comenzar... ¡No quiero escuchar ni el ruido de una mosca! –advirtió aquel hombre imponente el primer día de clases.
Poseedor de un magnetismo que parecía hechizar a sus alumnos, Galíndez pervertía su virtud en vicio al ejercer un dominio brutal en los chicos, sometiéndolos con culpas inexistentes que los lastimaba en lo más íntimo.
-¡Conmigo aprenderán el rigor de la templanza! Empleado en su juventud del otrora Ministerio de Bienestar social, Galíndez había estudiado los “secretos develados” de la Astrología esotérica y, convencido de que las frecuencias vibratorias bajas que los pequeños generaban con su temor eran energía pura que lo nutrían, intentaba aplicar el “Sistema abreviado de Astrología” a la educación primaria.
Práctico, de temperamento más parecido al de su padre, Juan Clementi amortiguó de buena manera el rigor disciplinario de Galíndez y, quizá debido a ese talento para lidiar con los números que descubrió en clase, reprimió todo rasgo que lo delatara sensible. Pero Solo no corrió con la misma suerte: de naturaleza creativa y muy perceptivo, era también un chico inseguro y distraído, conducta que se rompió en pedazos contra los moldes de piedra del profesor Galíndez, quien lo ubicó de inmediato entre sus presas favoritas.
Algunos piensan que el destino de Solo Clementi fue sellado desde aquella época triste del colegio.

*Los capítulos 4, 5 y 6 pueden verse en la siguiente publicación: Click aquí